DE REPENTE LA VIDA
Dolores compactos de matices rasgados
que nunca me permití sentir,
necesitada de firme fortaleza
para levantarme siempre,
para poder seguir.
Llorar... privilegio de otros,
romperse... tampoco era para mí.
Siempre en pie, siempre adelante,
como la niña que quería ser,
como la heroína que nunca fui.
Acomodada en esos muros de granito
que se deshacen como arena al viento,
siento a la luz de cada caricia
que me rompo otra vez por dentro.
Sé vivir deshumanizada,
no ser nadie y pelear contra el tiempo.
Ser mujer y sentirme querida
reaviva una alma rota
que olvidé que poseía.
¿Qué posee a qué?
No importa.
Antiguos dolores se desfiguran
cuando me sonríe la vida,
se deshacen en cascadas
de agua tibia y sumergida.
Y sigue sin ser el momento
de romperse ante una sonrisa cristalina,
este ángel no puede entender
que no sé sentirme viva.
Aprendí a no ser mujer
para jamás caer vencida,
y hoy me vencen unos ojitos,
unos brazos y una sonrisa.
Y me gusta sentirme así.
Me gusta sentir la vida.
En esto se funden los nudos del dolor
y resbalan, a traición, desconcertando
a ese ángel que me mira.
Se le escapa que,
tras años arrastrándome por ella,
es nuevo para mí sentir la Vida.
© Lucia Navarro Luna.